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Dr. Estefanía, cirujano: "Hay que abrir el quirófano, la gente debe saber qué pasa dentro"

Dr. Estefanía, cirujano: "Hay que abrir el quirófano, la gente debe saber qué pasa dentro"

Son las 7.00, con Madrid recién amanecida, y Rafael Hernández Estefanía (Santander, 1971) espera en la puerta principal de la Fundación Jiménez Díaz. El cirujano cardíaco nos guía por los pasillos del hospital hasta llegar a un vestuario donde nos pertrechamos con un pijama especial, una mascarilla, un gorro para el pelo y calzas para los zapatos. Esta es la vestimenta necesaria para poder acceder al área quirúrgica del centro, donde decenas de profesionales están preparando los quirófanos para las intervenciones que arrancarán a las 8.00.

Tras pasar varias puertas que aseguran esta área, recorremos un pasillo en el que las salas de operaciones –con puertas con ventanas de cristal que permiten ver el interior– quedan a izquierda y derecha, hasta llegar a su sancta sanctorum: el quirófano 16. Este es el espacio de referencia para el servicio de Cirugía Cardiovascular de la Fundación, en el que el año pasado realizaron 290 intervenciones de corazón.

En la sala de operaciones explica, como si le hubiesen traído a un niño de 5 años, cómo funciona el espacio y cada una de sus máquinas. Como le hubiese gustado a Groucho Marx, nos cuenta cómo funciona el ECMO (dispositivo de asistencia circulatoria que permite proporcionar soporte temporal al corazón y a los pulmones cuando la función circulatoria y, en este caso, también respiratoria están comprometidas), las distintas pantallas que hay en la sala, cómo van comprobando el historial del paciente en directo y un largo etcétera de elementos.

Con la misma claridad, empatía y humanidad que utiliza para explicarnos el funcionamiento del quirófano 16, narra en su nuevo libro La hora de los valientes (GeoPlaneta, 2025) todo lo que rodea a una intervención quirúrgica: desde el momento en que el paciente recibe la noticia de que debe operarse hasta su proceso de recuperación.

Estefanía estudió en Santander, realizó la especialidad en Portugal, trabajó en País Vasco, Navarra y actualmente lleva más de 10 años en el hospital donde nos recibe. Tras décadas mirando a la mesa de operaciones, con el libro que sale este miércoles quiere dar a conocer el mundo de la cirugía más allá de las batas y bisturíes. Con una escritura ágil y amena, el autor nos sumerge en la mente del cirujano, revelando sus pensamientos, emociones y vivencias en el quirófano.

Buscamos un espacio fuera de quirófanos, que están a punto de empezar a recibir pacientes, para charlar con el cirujano sobre este libro cargado de anécdotas, toques de humor y referencias culturales, que busca acercar a pacientes, familias y a la sociedad en general a la realidad de la cirugía, desmitificando al médico y mostrando su lado más humano.

placeholder 'La hora de los valientes' de Rafael Hernández Estefanía. (A. M. V.)
'La hora de los valientes' de Rafael Hernández Estefanía. (A. M. V.)

PREGUNTA. En una España en la que la esperanza de vida se ha incrementado tanto en los últimos años, con los quirófanos como actor principal, ¿por qué es necesario un libro como este?

RESPUESTA. Porque hay que abrir el quirófano a la población, tiene que saber qué pasa dentro y acabar con los falsos mitos. También hay que entender que aunque el cirujano tiene una responsabilidad muy alta, es un trabajo más, que tiene que hacerse y lo hacen personas que están muy especializadas. En general, en la vida, cuanto más descubres las cosas, menos oscurantismo se produce y menos teorías conspirativas.

Muchas veces me preguntan: "¿Pero contáis chistes operando?". Y yo respondo: “Por supuesto. Y hablamos de fútbol, pero no constantemente, solo en los momentos en los que se puede hacer”. De hecho, tras un momento de tensión, que puede haber bastantes en una intervención, lo mejor que puede pasar es que se produzca un momento de relajación, porque si estás haciendo una intervención y en todo momento estás crispado y hay mal ambiente, la cirugía no fluye bien. Si los profesionales están sufriendo, eso va en detrimento del paciente. Pero eso ocurre en cualquier arte, porque las personas no están bien dispuestas.

También es importante entender cómo lo vive el paciente, porque puede ser un momento frustrante para él que puede pensar: "¿Las luces de quirófano serán lo último que voy a ver en mi vida?".

Si tú cuentas lo que pasa en el quirófano y lo normalizas, la gente se da cuenta de que todos somos humanos. Yo me tendré que operar de algo y sé lo que va a pasar y creo que si sabes cómo funciona todo, lo asumes mejor. Y la gente lo agradece. Sobre todo porque conocen lo que realmente pasa en el quirófano, no lo que muchos creen que pasa por culpa de las películas y las series, que no tienen nada que ver con la realidad.

P. ¿Es necesario desmitificar al cirujano?

R. Los cirujanos no somos dioses. Muchas veces los pacientes te dicen: “Gracias a Dios me he salvado”. Y me dan ganas de decir: “Bueno, gracias a Dios... A Dios, señora, yo no lo he visto”. Pero no le vas a quitar la ilusión de que sea así. Aun así, es importante desmitificar al cirujano, porque no somos dioses, somos personas normales, entrenadas. E, igualmente, si tú entrenas a un mono, el mono opera perfecto.

Ahora, el problema es que el mono no te va a explicar a ti cuáles son las complicaciones que puedes tener. Primero, no las puede verbalizar, y segundo, no creo que sea capaz de explicarlas. Esa es la diferencia entre el hombre y el mono. El hombre es una persona racional que, incluso, va a tener un vínculo afectivo con el paciente, que yo creo que es importante, porque eso genera confianza. El paciente probablemente no entiende o no quiere saber lo que le vas a hacer, pero quiere que estés con él y que entiendas su angustia, que eso es una cosa muy importante que yo aprendí a lo largo de los años. Porque cuando eres joven solo quieres operar. Entonces, al principio de mi carrera, cuando iba a ver al paciente, que era la noche anterior, le decía, “mañana te opero y te voy a hacer esto” y me iba. Y realmente eso le da igual al paciente, como si le haces encaje de bolillos, lo que quiere es que te sientes en la cama y le preguntes: “¿A qué te dedicas? ¿Qué haces por la mañana? ¿Dónde vives? ¿Qué te gusta hacer? ¿De qué equipo eres?”. Cuando eso pasa ellos perciben que te bajas del pedestal. Recordemos que ellos están aterrados y piensan: “Este tío me va a rajar de arriba abajo”. Pero cuando se produce esta humanización se dan cuenta de que eres una persona humana y, sobre todo, se sienten comprendidos y atendidos. Y eso es calidad. Calidad de cirugía.

En este libro también se pretende desmitificar al cirujano, que es una persona muy profesional, que ha trabajado mucho para llegar donde ha llegado, pero no deja de ser una persona que sufre y que se lleva el trabajo a casa. Porque yo me llevo el trabajo a casa, no me lo llevo físicamente, te pasas toda la noche pensando cómo irá el paciente o cuál va a ser su evolución…

placeholder Hernández Estefanía en el Aula Magna del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid. (A. M. V.)
Hernández Estefanía en el Aula Magna del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid. (A. M. V.)

P. Hablamos de lo que hay en tu cabeza tras una intervención, ¿pero qué se pasa por ella justo antes de intervenir?

R. Nervios, pero no de inseguridad, sino de desear que empiece ya, para entrar en la rutina, empezar ese engranaje y que la cosa vaya como debe ser. También hay nervios porque no haya alguna complicación inesperada grave.

P. Hablemos de los pacientes, sobre lo que orbita todo este libro… ¿Qué sientes cuando alguien te dice “Hasta mañana doctor, estoy en sus manos”?

R. Se siente mucha responsabilidad y curiosamente, con la edad, esa responsabilidad no baja. Cuando era joven pensaba que cuando llevase muchos años de profesión, esa responsabilidad prácticamente desaparecería, pero no. A pesar de todo, lo racionalizas, porque tu experiencia personal te dice que lo más probable es que va a ir bien.

P. Y cuando un paciente te pregunta: “¿Me voy a morir doctor?”....

R. Tienes que decir que sí, porque por poder, puede morirse. Ahora, la probabilidad de que se muera es pequeña, o probablemente es muchísimo más pequeña que la probabilidad de que se muera si no se opera.

Es una pregunta que es pertinente, yo creo que todo el mundo la debe hacer. Dependiendo de cómo esté la situación clínica del paciente, edad y cirugía, el riesgo de tener problemas serios es distinto; pero cualquier procedimiento es susceptible de complicarse en un hospital.

P. ¿Cada cuánto te hacen esta pregunta?

R. Casi todos los días en consulta. Cuando le vas a decir a alguien que lo vas a operar, el 99% lo preguntan, aunque no sea con estas palabras. Pero a mí me gusta que lo hagan porque así tienes pie de explicarle la operación y que haya esta trasparencia que busco con el libro. Hay que contar lo bueno y lo malo, aunque no hay que dramatizar.

P. También menciona que a veces has tenido que escuchar la frase “tu sueldo sale de mis impuestos”, ¿qué respondes?

R. Por suerte cada vez pasa menos. Cuando eres más joven y más impulsivo, te enzarzas en una discusión que solamente te produce problemas. Porque ese tío te pone una queja y el propio hospital te va a dar un toque diciéndote: “No lo hagas”. Y si lo haces dos veces al año, ya vas a ser el tío problemático. Entonces, lo que tienes que hacer es callarte e irte. Y aunque pasa poco en general, curiosamente, en las capitales pasa más.

P. ¿Cómo ha cambiado la relación cirujano-paciente con los años?

R. Antes era una medicina paternalista, el médico decía “tomate esto” y no daba más explicaciones. Entonces el paciente llegaba, el médico le trataba y luego, si iba bien, el volvía a los dos o tres días con unos huevos de gallina y se lo ofrecía al médico, porque era un poco como un chamán.

Pero, gracias a Dios, también con la globalización y, sobre todo, con internet, la gente está más documentada y hay una necesidad mayor de saber. Y el médico ya explica más.

placeholder Foto: A. M. V.
Foto: A. M. V.

P. ¿Cómo te metes al paciente en el bolsillo?

R. Cada uno tiene sus métodos. A mí me gusta desmitificar, diría con “campechanía”, pero no me gusta esa palabra. Una cosa que he hecho es dejar de tratar de “usted”, lo que te acerca al paciente y quita una barrera. Me gusta tratarlos con cercanía y, si procede, hago un chascarrillo…

P. ¿Cómo ha cambiado el paciente en las últimas décadas?

R. El paciente sabe de ti, no solamente quiere saber lo que le pasa. Lo de ‘googlear’ es para todos, y siempre me pasa que tarde o temprano me sueltan: “Ah, ya sé que eres de Santander”, “Ya sé que has escrito un libro”, “Ya sé que…”. Eso a mí no me parece mal, porque me da la idea de que él se interesa: primero, por su cuerpo; y segundo, por el que le va a operar. Y eso me parece bien, me parece muy interesante.

Algunos compañeros míos no quieren aparecer en ningún tipo de redes, pero yo no estoy de acuerdo. Vuelvo al aperturismo, no pasa nada porque se sepa que yo he escrito estos libros. A mí me parece bien que conozcan mis inquietudes, eso puede generar un vínculo que es importante para el paciente. El vínculo también cura, por ejemplo en el posoperatorio ayuda a que el paciente crea más en ti, se deje ayudar más… evita problemas.

P. En el libro el paciente tiene un papel muy relevante, pero también la familia…

R. A la familia la tienes que tratar como si fuera el paciente. Y tan importante es saber comunicarte bien con la familia como ser un virtuoso del bisturí.

En las buenas y en las malas. A veces sales de un quirófano tras cinco horas e igual no te apetece hablar con nadie, pero tienes que salir a informar a la familia de que, generalmente, las cosas han ido bien y si encima se han torcido, pues mejor lo tienes que hacer.

Y tienes que ser firme en tus explicaciones, pero también empático. Entonces, es una barrera difícil. Porque, si tú crees que la cosa se puede torcer, tu discurso tiene que ser firme: “Yo las cosas no las veo bien. En las próximas horas, la situación puede torcerse. Incluso podemos esperar lo peor”. Y claro, te responden: “Doctor, no me diga eso”. Y le digo, “sí, le digo eso”, aunque lamentablemente estás ardiendo por dentro porque no quieres dar esa información, y lo estás pasando mal. Pero no te puedes poner a llorar con el paciente. Eso también forma parte de la intervención.

P. Precisamente en el libro narras una anécdota de ir a contar a un familiar que el paciente ha fallecido, pero no te entiende bien. ¿Crees que estáis realmente preparados para dar una mala noticia?

R. Pues no… y eso es terrible. Aprendes viéndolo a tus compañeros más mayores cuando eres residente y eso no quiere decir que lo hagan bien.

De todas maneras, ya sea la primera o la última vez, dar malas noticias es muy desagradable. Aunque lleves 50 años de profesión, podrás expresarlo con mejores palabras, las habrás utilizado muchas veces, pero el sentimiento por dentro es terrorífico.

P. Entre todos los médicos existe un anhelo de que una técnica lleve su nombre, ¿qué riesgos tiene?

R. Que pierdas la perspectiva. Porque el que tiene una técnica con su nombre quiere decir que ha perseverado durante muchos años en esa técnica, lo que es bueno, pero también es cierto que puede perder la perspectiva. Es decir, que en determinado momento puede verse que esa técnica no es perfecta o se debe hacer de otra manera, pero él insiste porque su técnica lleva su nombre.

Es el equilibrio que tiene que haber entre el ego del cirujano, que es inmenso: puede ser muy grande o excepcionalmente grande, pero no es pequeño. Y tiene que ver con la capacidad de autocrítica, que normalmente en el cirujano es pequeña o muy pequeña.

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Foto: A. M. V.

P. Desmientes varios mitos en el libro, ¿cuál es la mentira que oyes más a tus pacientes?

R. La llamada más frecuente que se reciben en planta es “que se acaba el gotero” por ese miedo que tiene la gente a que “entre una burbuja de aire”. Y no, no va a entrar el aire, porque la sangre tiende a salir, entonces no va a entrar nada y además aunque entrase en una vena tampoco pasaría nada, porque no es peligroso en una vena periférica, que es donde va conectado el gotero.

P. Cuando seas paciente y estés tumbado en una camilla, ¿preferirías saber todo lo que sabes o mejor que te hubiesen borrado el cerebro y no tener ningún conocimiento al respecto?

R. Yo soy el peor paciente del mundo. Pero, yo creo que es mejor saber.

P. Citando a Gregorio Marañón dices que hay varias cuestiones que un cirujano nunca respondería, aunque me atrevo a preguntártelas: ¿Quién escogerías para que te operase?

R. Siguiendo mi filosofía, no te voy a contestar.

P. Pero en tu mente tienes claro quién sería…

R. Sí, todo cirujano lo sabe. Y el que te diga que no, miente.

P. Y la otra pregunta de Marañón, ¿eres supersticioso?

R. Todos somos supersticiosos en mayor o menor medida. Pero, ¿dónde está la frontera entre la superstición y la estandarización del procedimiento? Porque, por ejemplo, a mí me gusta poner los paños quirúrgicos antes de empezar y si por casualidad llego tarde y mi compañero me ha puesto los paños, ya estoy incómodo, porque no están puestos exactamente como yo quiero.

P. ¿Pero tanto puede cambiar en la percepción la forma de colocarlos?

R. Pues sí, porque la intervención es un proceso “sota, caballo y rey”. Aunque luego, a veces es como una partida de ajedrez: empiezas con las reglas, con las fichas puestas así, pero luego ya no es lo mismo.

Lo que quieres es que todo vaya estandarizado, siempre por el mismo camino y que no haya complicaciones. De hecho, precisamente vas por ese camino para que no haya complicaciones. Entonces, si ya empiezas con cambios, te preguntas: ¿eso es superstición o es salir un poco de mi norma? Claro, es una línea muy fina la que define una cosa u otra.

El Confidencial

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